Os reproduzco el artículo de Pedro Simón aparecido el pasado 9 de abril en su columna semanal “La costilla de Eva” en la revista Yo Dona. No tiene desperdicio.
Redes sociales (II)
POR Pedro Simón
Se levantan conectados y corren prestos al ordenador para alimentar su tamagotchi, le cambian el agua al canario de la tableta digital y lanzan sus buenos días por una pantalla táctil. Tiene bemoles el ciberfriquismo: les preguntas qué tiempo hace y prefieren consultar internet antes que asomarse a la ventana.
Antes, cuando alguien tenía algo importante que comunicarte, te mandaba un telegrama. Ahora, cuando alguien no tiene absolutamente nada que decirte, te envía un ‘tuit’.
Antes, recibir una carta manuscrita era sinónimo de asunto relevante. Ahora, recibir un mensaje en la red social suele contener un chisme insustancial.
Antes, para tener amigos tenías que conocer la calle y había que saber abrazar. Ahora basta con hacer click.
Hablamos más pero decimos menos. Todo ha cambiado para seguir siendo lo mismo. Los pelotas de antes son hoy bulliciosos ‘followers’ del ciberjefe. Los hay que te cuentan cosas del influyente preboste A, del famoso B o del gurú C, ilusos, como si fueran comensales del mismo banquete. Los hay que no pisan la hierba enfebrecidos ante lo virtual y luego tienen de salvapantallas un prado… Cómo será la pantomima que hasta se lo creen y te lo dicen, cada vez más solos te lo dicen: ya voy por el ‘amigo’ tropecientosmil.
Los modistillos de las nuevas tecnologías pontifican. Dime cuántos ‘followers’ tienes y te diré cuán importante eres; dime con quién bailas el ‘tuit’ y te diré si tienes futuro en la verbena.
Así, la creciente banalización del discurso se multiplica. Así, hay mucha gente sin nada que decir que te dice su nadería por multisoporte. El 75% de la población mundial no ha hecho jamás una llamada de teléfono y por ahí viene una recua de friquis gastando saliva. «Me dispongo a entrar en la oficina.» Pues me alegro, tronco.
Es por todo esto por lo que el otro día llegué a casa con un sello y una carta y animé a Mateo a escribir a una amiga. Tardó la respuesta. Pero me ha reconciliado con las hueras tecnologías. Valeria (seis años) le ha dibujado un enorme corazón. Lo dice con menos de 140 caracteres: «Mateo, nos tenemos que ver más».
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